Los
efectos de la radiactividad en los seres vivos son dañinos para su integridad
física. Pueden ser inmediatos o tardíos, según la dosis. Cuando el organismo
humano recibe de golpe altas dosis de radiación, puede sobrevenir la muerte.
Cantidades altas recibidas en fracciones pequeñas y espaciadas producen efectos
tardíos, como la leucemia, cánceres, cataratas y otros procesos degenerativos.
Dosis bajas y espaciadas en el tiempo pueden producir efectos tardíos o
anormalidades en las próximas generaciones.
El
uso militar y comercial de la energía nuclear representan un peligro
inaceptable tanto por sus emisiones rutinarias de radiactividad y los residuos
que generan, como por el riesgo de accidente que su funcionamiento supone. Es
preciso abandonar la energía nuclear.
En
el núcleo de un reactor nuclear a partir de la fisión del uranio, existen más
de 60 contaminantes radiactivos, unos de vida larga y otros de corta, que se
acumulan en él, por ser parecidos a nuestros elementos biológicos.
Entre
ellos, el yodo, el estroncio 90 y el cesio (C-137) son algunos de los
contaminantes más perjudiciales para la salud humana, que aumentan el riesgo de
padecer todo tipo de cánceres y disminuyen la inmunidad del organismo.
La
afección del yodo es inmediata, provoca mutaciones en los genes y aumenta el
riesgo de cáncer, especialmente de tiroides.
El
cesio se deposita en los músculos, mientras el estroncio se acumula en los
huesos, durante un periodo mínimo de 30 años. Ambas sustancias multiplican la
posibilidad de padecer cáncer de huesos, de músculos o tumores cerebrales,
entre otras patologías.
Las
radiaciones afectan también al sistema reproductivo, más a las mujeres que a
los hombres. Los espermatozoides se regeneran totalmente cada 90 días, sin
embargo, los óvulos permanecen en los ovarios toda la vida y si un óvulo es
alterado por la radiación y fecundado posteriormente, se producirán
malformaciones en el feto, incluso años después.
Cuando
la principal vía de contagio es la inhalación, sólo es efectivo ingerir
pastillas de yodo. El tiroides va eliminando el yodo sobrante y de esta forma,
cuando se satura de yodo normal puede ir eliminando el yodo radiactivo
inhalado.
Si
el contacto es a través de la piel, se elimina lavándose con detergente tanto
el cuerpo, como el pelo y las uñas, y desechando la ropa.
La
unidad de medida de la intensidad de la radiación es el gray (Gy) que
cuantifica la dosis absorbida por el tejido vivo. Un gray equivale a la
absorción de un joule de energía ionizante por un kilogramo de material
irradiado. Esta unidad se estableció en el año 1975.
A
partir de la acumulación de un gray de radiación en el cuerpo humano, se
produce malestar general, dolores de cabeza, náuseas, vómitos, fiebre y
diarrea.
Entre
dosis de 3 y 5 grays, el equivalente a lo que se suele utilizar en tratamientos
de radioterapia, se producen hemorragias, anemia e infecciones por la
disminución de glóbulos blancos.
Al
superar los seis grays, se puede originar la muerte en unos días o en sólo unas
horas, debido a que los efectos de la radiación son acumulativos.
Con
dosis de más de 15 grays se produce inevitablemente la muerte.
Los
trastornos más frecuentes producidos por el exceso de radiación son el cáncer,
las alteraciones gastrointestinales, afecciones de la médula ósea, así como del
aparato reproductor (infertilidad, malformaciones, ...) y el debilitamiento del
sistema inmunológico.
El
medio ambiente también sufre las consecuencias potenciales de las radiaciones
desencadenadas por la fusión del núcleo, que puede afectar a un área de decenas
de kilómetros a la redonda.
La
contaminación nuclear se deposita en el suelo y en el mar y se incorpora a la
cadena alimentaria de los seres vivos mediante un proceso de bioacumulación. Va
pasando de unos a otros, entre plantas, animales y seres humanos.
En
general, los efectos de la radiactividad son acumulativos y una exposición,
aunque sea pequeña y continua, resulta peligrosa.
Carlen Rebolledo
C.I 25.864.220
2do Año Economia Seccion "1"
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